En 20 años, habrá demasiados viejos
Para cubrir la creciente brecha en materia de
ahorro y riqueza, Durante los próximos 20 años, por ejemplo, la edad promedio de la población de Italia subirá de 42 a 51 años, y la de Japón, de 43 a 50. Dado que la gente ahorra menos al jubilarse y las nuevas generaciones son menos frugales que sus mayores, las tasas de ahorro irán cediendo en forma sostenida. Hacia 2024, la riqueza de las familias en las principales economías será aproximadamente US$31 billones inferior a la que debiera ser si se hubiesen sostenido las tendencias históricas. Así lo afirma un reciente estudio del McKinsey Global Institute (MGI). Esto y el endeudamiento superior a US$7,3 billones que afronta el público estadounidense, plantean dilemas de corte maltusiano. Si no se frena, la desaceleración global en niveles de ahorro irá reduciendo capitales disponibles para inversiones y trabará el crecimiento de todo el mundo. En Estados Unidos, por ahora el envejecimiento pesará menos, pues la población es relativamente joven, su tasa de aumento vegetativo es aceptable y hay un continuo flujo inmigratorio (que el actual gobierno federal y varios estados tratan de detener y no saben exactamente por qué). Pero su ahorro interno es casi nulo, aun antes de que la voluminosa generación de posguerra comience a retirarse. Entretanto, para financiar un enorme déficit en cuenta corriente, la segunda economía del mundo necesita flujos de capital originados en Europa occidental y Asia oriental. Aun economías tan dinámicas como la de China, no podrán generar ahorros suficientes para cubrir la brecha. Elevar la edad jubilatoria, facilitar migraciones –píldora difícil de dorar en una Unión Europea xenófoba– o inducir a los matrimonios a tener más hijos, tendrían efectos escasos o muy lentos.Tampoco es solución estimular la economía (debieran aplicarse métodos keynesianos o estilo Max Weber, hoy tabúes), esperar otra revolución productiva o rezar por un milagro tecnológico. Para cerrar futuras brechas, será preciso aumentar tasas de ahorro y sacar más renta de activos existentes. Los viejos ahorran poco En alrededor de dos decenios, la proporción de octogenarios en las economías centrales será 2,5 veces mayor que hoy, pues ahora se tienen menos hijos y la gente vive más, merced a avances médicos. En casi un tercio del planeta y la mayoría de países prósperos, la tasa de fertilidad a menudo no llega al nivel suficiente para mantener la cantidad de población.Nacen 1,2 niños por mujer en Italia, 1,6 en Gran Bretaña, 1,4 en Alemania, 1,3 en Japón e igual en Estados Unidos.A la vez, la mejora en condiciones de vida ha elevado la edad promedio de 46 años en 1950 a 66 actualmente. En tanto los viejos aumenten respecto de la población total, irá bajando la acumulación familiar. Los años más ahorrativos del trabajador medio van de los 30 a los 50. Luego, la curva desciende. La relación primaria de ahorro (se obtiene dividiendo cantidad de personas en plena fase laboral por número de adultos de más de 50 años) tiende a achicarse. En Japón, entró en el tramo negativo a mediados de los ’80. Eso significa que los pasivos superan a los activos. Si bien el país parece frugal y superahorrativo,la tasa respectiva –no la primaria– se ha contraído de 25% en 1975 a menos de 5% en 2004. Las proyecciones anticipan 0,2% para 2024, pues las nuevas generaciones ahorran menos. Esta declinación afectará el ahorro total de un país según evolucionen los hábitos en la vida familiar. Alemania, Japón y Estados Unidos muestran ciclos con altas y bajas periódicas. Este modelo hace que el envejecimiento creciente frene en forma muy marcada el ahorro y la riqueza personales. En contraste, las curvas más chatas se originan parcialmente en la renuencia histórica a gastar o endeudarse. A su vez, ello refleja recuerdos de épocas traumáticas (por ejemplo, la segunda guerra mundial). Por tanto, el envejecimiento del promedio no afectará tanto. Riqueza personal, factor crítico En general,los debates sobre envejecimiento –especialmente en Estados Unidos– giran alrededor del supuesto desmadre en costos de jubilaciones, pensiones y atención médica. Pero poca atención se presta a efectos potencialmente más perjudiciales en ahorros, activos y bienestar económico. Cuanta más gente se jubile, la contracción del ahorro frenará la creación de riqueza personal –en los cinco países analizados por el trabajo del MGI– en más de dos tercios: de 4,5 a 1,3% hacia 2024. Sin cambios en hábitos de ahorro o aumentos en ingresos, el envejecimiento ejercerá severas presiones contra el ahorro y los ingresos a escala mundial. Estados Unidos está expuesto a la caída más pronunciada de riqueza personal, en términos absolutos (US$19 billones hacia 2024), por el tamaño mismo de su economía. La tasa de expansión disminuirá de 3,8 a 1,6%. En Japón, ese mismo factor habrá bajado 47% y oscilará en apenas nueve billones. En los últimos años, Estados Unidos viene absorbiendo más de la mitad de los flujos mundiales de capital –lo cual sugiere que su productividad económica no es la que imaginan tantos analistas financieros–, por lo que su déficit en pagos externos representa algo más de 6% del PBI. Por el contrario, históricamente Japón goza de un amplio superávit en cuenta corriente, que le ha permitido ser exportador neto de capitales. Sobre todo a Estados Unidos. Pero la previsible reducción de ahorro personal en Japón puede dejar a Washington sin esa fuente de financiamiento. Similar suerte arriesgan Surcorea y Taiwán, otros dos proveedores de fondos. Probablemente, tampoco Europa occidental pueda seguir exportando capitales a este lado del Atlántico, debido al envejecimiento de su población y la contracción del ahorro familiar. Del mismo modo, economías en desarrollo (por ahora, acelerado) como China e India, no serán suficientes para cerrar brechas futuras. Incluso si Beijing siguiese creciendo al ritmo actual (8-9% del PBI cada año), precisaría 15 años para alcanzar el PBI actual de Japón y mucho más el PBI por habitante. En todo caso, Estados Unidos debiera mantener su presente ritmo de alza en el consumo, algo que sería imposible si los flujos financieros exógenos decreciesen.
Sea como fuere, el proceso llevaría a un alza
general en tipos de interés. Por supuesto, los mercados asociados al ahorro
global podrían ajustarse modificando demanda y precios de activos. Pero no
está claro qué factor se impondrá. Algunos analistas pronostican menos
demanda de capitales, pues la economía física dejará de crecer. Otros
suponen que la demanda de fondos seguirá firme, pero sólo si los mercados en
desarrollo y los países ricos tratan de estimular la expansión del PBI y la
productividad, elevando el monto de capital por trabajador (hoy la sapiencia
convencional hace lo contrario: reduce salarios o plantillas laborales en
nombre de productividad). Sin salidas fáciles Los esfuerzos más enérgicos para promover la inmigración tampoco resolverán el problema,sencillamente porque ese aporte representa una parte insignificante de la población total. En Alemania, un aumento de 50% en la inmigración neta (a 100.000 personas por año) elevaría los activos familiares apenas 0,7% hacia 2004. En Japón, doblar las proyecciones oficiales en la materia casi no tendría efectos perceptibles. Igual vale para Estados Unidos, que marcó los mayores niveles históricos de inmigración en la muestra del MGI. Dado que la gente no alcanza sus mejores ingresos hasta pasar los 35 años, promover natalidad tendrá escasas repercusiones hacia 2024. Incluso podría empeorar las cosas añadiendo niños dependientes de una fuerza laboral que ya estará solventando un creciente número de pasivos. Por lo mismo, subir la edad jubilatoria no surtirá los efectos buscados en la mayoría de países. Tras la revolución de la tecnología informática (TI) y el salto en la productividad estadounidense durante los últimos años ’90, algunos pensaban que las economías avanzadas se las compondrían para superar por sí solas el problema del envejecimiento. Pero, sin cambios en la relación entre ingresos y gastos, un mayor crecimiento económico no generaría ahorros suficientes para cerrar la brecha. Simplemente, porque la mejora de ingresos y nivel de vida fomentará mayor consumo. La única forma sensata de neutralizar las futuras presiones demográficas es que gobiernos y personas aumenten sus tasas de ahorro y que la economía reasigne mejor el capital para promover retornos crecientes. Pero eso implica gastar menos en todos los estamentos. Particularmente en el plano fiscal, con sus erogaciones tan contraproducentes como los subsidios a actividades no competitivas y el presupuesto militar. En lo tocante a mercados de capitales, sus características varían ampliamente y resultan en retornos diferentes.De 1975 a 2004, la tasa promedio de apreciación en activos financieros en Estados Unidos y Gran Bretaña ha estado cerca de 1% deflacionado. Al revés, los activos financieros japoneses han venido depreciándose a razón de 1,8% anual en esos 20 años. Esas tasas reales también han sido negativas en Alemania e Italia. Británicos y norteamericanos compensan el factor acumulando riqueza vía firme reapreciación de activos (lo cual entraña inflación de precios). Japoneses y europeos continentales invierten a tasas superiores pero acumulan menos activos, pues sus ahorros generan retornos neutros o negativos. En el período señalado, las ganancias de capital no realizadas elevaron casi 30% el valor de los activos financieros en poder de familias británicas. Pero, en Japón, esos mismos activosbajaron. En Europa occidental, excepto Gran Bretaña, se quedaron en el medio. Cuestión de conductas
En ese contexto, aumentar tasas de retorno sobre
el total de ahorros familiares en los cinco países estudiados por el MGI (alrededor
de US$56 billones) podría neutralizar gran parte de la futura depreciación
de activos. Lograrlo exigirá una intermediación financiera de mejor calidad
y no tan leonina, a fin de que los ahorros se canalicen hacia inversiones
más productivas. Para alcanzar esta meta, los responsables de políticas
deben alentar competencia e innovación en el negocio bancario, afinar
amparos legales a inversores (y acreedores), asegurar transparencia y acabar
con el trato preferencial a empresas con nexos políticos, relaciones con
accionistas o grupos de interés.
En realidad, la clave para estimular el ahorro
reside en superar la inercia. En el caso de los gobiernos, pueden elevar sus
tasas de ahorro mediante un mecanismo a su alcance directo: reducir el
déficit fiscal y no otorgar paquetes de beneficios impositivos a sectores
privilegiados. |